Fundación Ignacio Larramendi

FUNDACIÓN IGNACIO LARRAMENDI

CAPÍTULO XVI.—ANTÓN DE MONTORO, «EL ROPERO DE CÓRDOBA».—SU PERSONA Y CONDICIÓN.—SUS POESÍAS JOCOSAS Y SATÍRICAS.—SUS VERSOS SERIOS.—VALOR MORAL DE SU CARÁCTER.

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Datos del fragmento

Texto

Entre los poetas festivos y burlescos que en tanto número florecieron en tiempo de Enrique IV y de los Reyes Católicos, merece sin disputa la palma Antón de Montoro, así por su fecunda vena como por el donaire y sal epigramática de sus coplas. [1] Su persona interesa tanto como sus escritos; y no sin razón ha sido considerado [2] como prototipo de aquellos versificadores semi-artísticos, semi-populares, que, salidos de las filas del vulgo, conservan siempre muchos rastros de su origen; lo cual, a cambio de otros defectos, les salva del amaneramiento de los trovadores cortesanos, y da a su poesía un valor histórico y social que la de éstos generalmente no tiene.

Antón de Montoro, que en una composición dirigida a la Reina Católica en 1474 declara haber cumplido setenta años, hubo de nacer, por consiguiente, hacia 1404; y su actividad [p. 304] poética abarca el largo espacio de tres reinados, aunque nunca fuese tan intensa y original como en su vejez. Fué su patria el reino de Córdoba: probablemente la villa de Montoro, de donde tomó apellido, que usaron también otros dos trovadores de aquel siglo, Juan y Alonso, autor este último de la extraña e irreverente parodia que lleva por título Misa y epístola de amor.

Antón de Montoro, lo mismo que Rodrigo de Cota, Juan de Valladolid y otros muchos poetas de su laya, pertenecía a la numerosa grey de los judíos conversos. [1] No dudamos de la [p. 305] sinceridad con que abrazó el Cristianismo, y hay versos suyos que tienen cierta unción religiosa; por ejemplo, éstos que compuso con motivo de la peste de Córdoba:


       Eterna gloria, que dura,
       ¿En cuáles montes e valles,
       En cuál soberana altura,
       En cuál secreta fondura
       Me porné do no me falles?
       Por tu sancta sanctidat,
       Non mirando mis zozobras,
       Si non te vencen mis obras
       Vénzate la tu piedat,

Pero al mismo tiempo tenía el valor de no renegar de su origen, como hacían, por temor o por interés, muchos de los neófitos. Entre burlas y veras, en tono entre compungido y picaresco, exclamaba en 1474, y nada menos que en una composición dedicada a la Reina Católica:


       ¡Oh, Ropero, amargo, triste,
       Que non sientes tu dolor!...
       Setenta años que naciste
       Y en todos ellos disixte:
& nbsp;      Inviolata permansiste...
       
Nunca juré al Criador,
       Fize el Credo, e adorar;
       Ollas de tocino grueso,
       Torreznos a medio asar,
       Oír misas e rezar,
       Sanctiguar e persinar,
       E nunca pude matar
       Este rastro de confeso...
       Los hinojos encorvados,
       Y con muy gran devoción
       En los días señalados
       Con gran devoción contados,
       Y rezados
       Los ñudos de la Pasión.
       Adorando a Dios y Hombre
       Por muy alto Señor mío
       Por do mi culpa se escombre,
       No pude perder el nombre
       De viejo puto, judío...
       ..............................

[p. 306] No pertenecía en verdad al número de aquellos conversos acaudalados que con su opulencia y granjerías excitaban la codicia de los cristianos viejos, disimulada con máscara de piedad. La condición social de Montoro era para aquellos tiempos de las más ínfimas y abatidas: su oficio, el de sastre o ropero, al cual no renunció ni aun después de sus éxitos poéticos, que no parecen haber contribuido mucho a mejorar su precaria existencia. Un menestral poeta era caso tan raro en la antigua literatura española, que no es de admirar que pululen las alusiones sobre este punto en los versos de los émulos de Montoro y aun de sus amigos. Mientras los primeros, tales como Guevara, Hernán Mexía y el Comendador Román, [1] le aconsejaban irónicamente que se [p. 307] despidiese del trato de las Musas y se limitase a empuñar la vara de su remendería, Alfonso Velasco, que pertenecía al número de los segundos, se lamentaba de que Montoro no abandonase tan [p. 308] humilde oficio, el cual era causa de que no se apreciasen bien todos los quilates de su valer poético:


           Como los ricos tesoros
       Puestos so la ruda tierra
       Non labrada son perdidos,
       Y los cantos muy sonoros
       Con que la Serena aterra,
           Poco oídos:
       Así vuestro muy polido
       Estilo de consonar,
           Todo entero,
       Es en vos como perdido,
       Por vos non querer dexar
           De ser ropero.

Pero Antón de Montoro tuvo el buen sentido y hasta el buen gusto de no hacer caso de tales amonestaciones, y persuadido con mucha razón de que la poesía no enriquece a nadie, jamás quiso salir de su tienda de alfayate:


           Pues non cresce mi caudal
       El trobar, nin da más puja,
       Adorémoste, dedal,
       Gracias fagamos te, aguja.

[p. 309] No por eso dejaba de practicar la mendicidad poética, aunque al parecer con poca fortuna. Al Conde de Cabra, porque le demandó e non le dió nada, es el rótulo de una de sus composiciones. Al alcaide de Andújar persiguió también con peticiones inútiles, no obstante que invocaba en ellas el nombre del Contador Diego Arias, propicio siempre a favorecer a los de su raza. Más suerte tuvo cuando acudió al Corregidor de Córdoba, el discreto y muy polido Gómez Dávila, demandándole ayuda para casar a una hija suya, de la cual decía con cínico desenfado:


       Si vuestro buen remediar
       Non viene con manos llenas,
       Habrá de ir acompañar
       A las que Dios faga buenas. [1]

El Corregidor se allanó a sus ruegos, y le mandó que ficiese un albalá, por valor de trescientos maravedís, que había de abonarle Juan Habís, cambiante del Cabildo de la Ciudad. El albalá está en verso:


       Buen amigo Juan Habís,
       Fe de mi poco tesoro,
       Daréis a Antón de Montoro
       Trescientos maravedís,
       Y con esta soy contento
       De lo que aquí se promete:
       Fecha en amor verdadero,
       A veinte y cinco de Enero,
       Año de cuarenta y siete.

No sólo pedía dinero, sino que se abatía hasta pedir comestibles al mismo cambiante Juan Habís y a otros:


       Señor de quien yo presumo
       Ser mis Pascuas mejoradas,
       De cosillas olvidadas
       Puestas de tiempos al humo,
       Mi fambre les porná el zumo.

Su festivo humor sólo llegaba a alterarse cuando veía llover mercedes sobre otros copleros de merecimiento inferior al suyo. [p. 310] Especialmente el llamado Juan Poeta o Juan de Valladolid era continuo blanco de sus iras y vituperios. El Juan Poeta tampoco se mordía la lengua y entre los dos se entabló un pugilato de desvergüenzas, en que Montoro llevó la palma, así del ingenio como del cinismo. Mientras que su émulo desahogaba sus iras con llamarle


       Hombre de poca familia,
       De linaje de David,
       Ropero de obra sencilla,
       Mas no Roldán en la lid...

Montero empezaba por acusarle de haber hurtado una canción suya y presentádola a la Reina Católica como propia; [1] y añadía, motejándole repetidas veces de ladrón:

        [p. 311] Alta Reina de Castilla,
       Pimpollo de noble vid,
       Esconded vuestra baxilla
       De Juan de Valladolid.
       ..............................
       Que quien furta lo invisible,
       Robará lo que paresce.

Y cuando el pobre Juan de Valladolid se quejaba de esta lluvia de improperios, replicaba Montoro con singular frescura:


           Al que azotan en la calle,
       Que ge lo digan en casa
       Non peresce deshonrralle.

Pero todavía es mis violenta e infamatoria la sátira que fulminó contra el mismo Juan Poeta, porque pidió dinero al Cabildo de los Abades de Córdoba. Pedir dinero en coplas, y al parecer conseguirlo, en la misma ciudad donde Montoro tenía abiertos juntamente su chiribitil de sastre remendón y su tienda de vate famélico, debió de ser a sus ojos el crimen más inexpiable. Nada escribió más grosero e injurioso en su vida que algunos versos de esta sátira, en la cual, no obstante, hay datos útiles para la historia de la poesía y música populares:


           Non lo digo por envidia
       Nin porque soy enemigo;
       Mas he sentido mortal,
       Porque sois de noble ardid,
       Que queréis facer caudal
       De Juan de Valladolid:
           Disiendo que es relicario
       De las invenciones buenas
       Pues sabet que es sermonario
       De las fábricas agenas;
        De arte de ciego juglar
       Que canta viejas fazañas
       Que con un solo cantar
       Cala todas las Españas.
      
       Es la causa donde peno
       Muriendo sin entrevalo,
       Quien tanto sabe de bueno
       Haber por bueno lo malo:
       Para niños que non han
       Más saber que desir tayta,
        [p. 312] Es oír los que se van
       Tras los coros de la gaita.
       ..............................
       ¿
Pues sabéis quién es su padre?
       Un verdugo y pregonero;
       ¿Y queréis reír? Su madre
       Criada de un mesonero...
       ..............................
       Su padre de pie y de pierna
       Sin camisa y desbrochado,
       Es su casa la taberna,
       Su lonja el mal-cosinado...
       ..............................

Apresurémonos a advertir que no siempre Montoro prostituía su musa en tan bajos términos; y por otra parte, los ensanches y desafueros de la licencia satírica eran tales en aquellos tiempos, que no parece que estas brutales polémicas enajenasen al Ropero el aprecio que desde su primera juventud le habían mostrado los más claros ingenios de la corte, comenzando por Juan de Mena y D. Íñigo López de Mendoza. [1] Por uno y otro sentía Montoro admiración que le honra, y a la cual ellos correspondían con pruebas inequívocas de afecto. El Marqués de Santillana le pedía el Cancionero de sus obras, y Montoro se excusaba con tanta delicadeza como modestia, que hacen agradable contraste con el estilo general de sus versos:


       ¡Qué obra tan de excusar
       Vender miel al colmenero,
       Y pensar crecer el mar
       Con las gotillas del Duero,
       Y con blanca flor de lis
       Cotejar simientes prietas,
       Y ante el son de las trompetas,
       Tañer trompa de París,
       Y a blanca lisa pared
       Cobrilla con negro techo,
       Y ante la vuestra merced
       Assayar ningund buen fecho!

[p. 313] A Juan de Mena le defendió contra la osadía de Juan Agraz, que había intentado rehacer pobremente el episodio del Conde de Niebla; le tomó por modelo en la más extensa de sus composiciones, y en la que más quiso levantar el tono; y, finalmente, deploró su muerte con nobles acentos, en que se trasluce su entusiasmo por la común patria cordobesa


       Séneca, folgarás ya:
       Gosa de gloria sin pena:
       Fuelga, pues tienes allá
       Tu primogénito Mena:
       Jura Córdoba tu madre
       ..........................
       Que la pérdida del padre
       Fué ganar con la del fijo.

No son muchas, ni en general de gran valor, las poesías serias del Ropero. Su condición apicarada le arrastraba invenciblemente a la sátira. No había nacido ni para el idealismo amoroso ni para embocar la trompa épica. Una sola vez quiso hacerlo: en las coplas de arte mayor que dedicó al Duque de Medina-Sidonia, memorando la perdición de cierto alcaide llamado Urdiales, que murió peleando contra moros. En esta composición larga y pedantesca, hizo el bueno del sastre andaluz impertinente ostentación de sus lecturas en la Crónica Troyana, sacando a relucir muy fuera de propósito a la Reina Hécuba [1] y a su fijo Don Hector; y no [p. 314] alcanzó a seguir sino muy de lejos las huellas del modelo que indudablemente tenía delante de los ojos, y era Juan de Mena en el episodio bellísimo del llanto de la madre de Lorenzo Dávalos. No falta, sin embargo, algún toque poético y vigoroso:


       Que Reynas y dueñas amargas que paren
       Iguales se pueden llamar en dolores...

O esta linda comparación, a propósito del cuidado con que criaba su madre, la triste Remira, al joven Urdiales:


       Que como la leche que está so la nata,
       Assí lo guardaba del toque del viento. [1]

Versos de amor, propiamente dichos, no los escribió el Ropero, pero alguna vez trató con agudeza y soltura cuestiones de casuística amorosa, al modo de los antiguos trovadores. Como muestra de esta fase poco conocida de su ingenio, vamos a transcribir íntegra (ya que no lo hicimos en el texto de la Antología) la Pregunta sobre dos doncellas, donde se presenta el mismo conflicto que sirve de tema a la comedia de Calderón, Amado y aborrecido:


       PREGUNTA SOBRE DOS DONCELLAS

           Un escudero andava
       Por el grand Occeano,
       Y pasado el verano
       Contra Norte navegaba;
       El susodicho levava
       En su guarda dos Donsellas;
       Él yendo ansy con ellas
       Tormenta los afincaba.
           Destas donsellas la una
       Amaba al Escudero
       Con amor bien verdadero
       Muy más firme que colupna:
       El más que cosa alguna
       A la segunda quería,
       Y por ella padescía
       Grandes penas, y fortuna.
        [p. 315] La tormenta non cesava
       Nin los sus vientos contrarios,
       Antes andavan tan varios,
       Que a muerte los allegava:
       Que las ovas arrancava,
       Y las arenas bolvía,
       Y la vela les rompía,
       El entena ya quebrava.
           Non quedó el papafigo
       Nin quedaron las bonetas:
       Muy más resias que saetas
       Las levó el viento consigo,
       Ya non tenían abrigo
       De la fusta, que traían;
       E de coraçón desían:
       Señor, líbranos contigo.
            En esta prosecución
       Y tormenta peligrosa
       Una vos muy pavorosa
       Oyeron a la sasón
       Como en revelación,
       Que dix: conviene lançar
       Una destas a la mar,
       Si quieres consolaçión.

                    CABO

           Señor, pues vos he contado
       Toda la mi intención,
       De vuestra grand discreción
       Sea esto declarado:
       Este tal enamorado,
       Segund rasón y derecho,
       ¿Cual deve lançar de fecho
       Para conplir lo mandado?

                RESPUESTA

           El Fidalgo que singlava
       De peligro bien cercano
       Al Dios grande soberano
       Devotamente llamaba;
       Cuando el pavor lo espantava
       Con sus esquivas centellas,
       El vigor de las estrellas
       Muy poco los confortava.
        [p. 316] Desís vos que la tribuna,
       En que iba el Marinero
       Con el mastel todo entero
       Andava bien como cuna,
       Y dos más claras que luna
        Donsellas de grand valía
       Iban en su compañía
       Sin otra persona alguna.
           Y de mientra que endurava
       Los tiempos tan adversarios
       Que todos los governarios
       Fortuna desordenava:
       Una de ellas lo amaba
       Sin error nin villanía,
       Él a la otra servía
       E lealmente adoraba.
           Deste argumento antigo,
       Silogismo de Poetas
       Por dos rasones discretas
       Devemos tomar castigo:
       Que tened, señor y amigo,
       Que muchos lo contendían,
       Pero non lo distinguían:
       Ciertamente vos lo digo.
           Entendida la questión
       Sin faser más luenga prosa,
       A la Doncella fermosa
       Quel amaba en perfección
       Aquella debe guardar,
       Y la otra condepnar
       A qualquier tribulación.

                    CABO

           Mas cuanto al seso dado,
       Non vale la conclusión;
       Que Dios ama con rasón
       Aquel de quien es amado:
       Y quien le tiene olvidado
        Con entendimiento estrecho,
       Non le quita su despecho
       Nin le perdona el pecado.

La mayor y mejor parte de las poesías de Montoro pertenece a la clase de obras de burlas. Muchas son breves epigramas, en que no abunda ciertamente la sal ática, pero que no carecen de [p. 317] otra más gruesa, y que, valgan por lo que valieren, deben citarse como las más antiguas muestras castellanas de este género tan español, en que vive siempre la tradición de Marcial, renovada en diversos tiempos por Baltasar del Alcázar, Quevedo e Iglesias. Los de Montoro presentan ciertamente poca variedad y cuadros nada apacibles, siendo el vicio de la embriaguez uno de sus principales tópicos:


       «El cuero de vino añejo
       Que lleva Juan Marmolejo
       Metido dentro del vientre»;

los mosquitos que salen de las sangraduras de Miguel Durán, «que enfermó por beber tinajas llenas».

Preciándose de discípulo de Juan de Mena aun en lo jocoso y festivo, escribió el Ropero largas composiciones de donaire, a imitación de las celebradas coplas de aquel ingenio sobre un macho que compró de un Arcipreste. Y ciertamente que los Quexos o lamentaciones que pone Montoro en boca de una mula que avía empeñado Juan Muñiz a D. Pedro de Aguilar e después ge la desempeñó, no son muy inferiores en picante desenvoltura a la composición de su maestro, aunque tengan menos fuerza satírica y apunten mucho más bajo. Véase alguna estrofa:


       Cuando sus talones dan
       En mis muy rotas ijadas,
       Suenan sus carcañaladas
       Como mazos de batán;
       Como yo non sé cautelas
       De agudesas nin las vi,
       Menos siento las espuelas
       Que ellas me sienten a mí. [1]

[p. 318] No siempre fueron tan inofensivas las burlas del Ropero. Conocemos ya sus horribles diatribas contra Juan Poeta; y en el Cancionero de Burlas hay otras no menos quemantes e injuriosas contra el escudero Juvera (el del famoso Aposentamiento), contra Diego el Tañedor, contra el rey de armas Toledo. Hay quien atribuye al alfayate de Córdoba la parte más escandalosa de dicho Cancionero, incluso el Pleito del Manto, y aquella Comedia cuyo título entero no podemos estampar aquí; pero, a nuestro juicio, las alusiones personales que una y otra composición, especialmente la segunda, contienen, las traen a tiempos algo posteriores a la muerte de Antón de Montoro; y aun por lo que toca al Pleito del Manto, bien se infiere de su contexto que fué obra de diversos trovadores reunidos para apurar su ingenio en competencia sobre tan feo y nauseabundo tema. Baste para castigo del Ropero el que se pueda creer de él que si no escribió tales torpezas, ni tampoco las Coplas del Provincial, fué muy capaz de escribirlas.

Apresurémonos a advertir que si su musa descocada, maldiciente y libertina se revolcó en estos lodazales con dolorosa frecuencia, el fondo de su carácter moral valía más que su educación y sus versos, y nunca llegó a ser totalmente estragado por aquel medio, no sanamente popular, sino plebeyo v tabernario, en que habitualmente vivía. Hay un hecho de su vejez que redime muchas faltas y vilipendios de sus mocedades. Cuando en 1474 rugía feroz en Castilla y en Andalucía la tormenta contra los conversos, y los más elevados de entre ellos renegaban de su origen y hacían causa común con los degolladores de su grey; y en el templo de [p. 319] Jaén, sacrílegamente profanado, caía bajo el puñal de los asesinos el condestable Miguel Lucas de Iranzo, y en Córdoba era impotente el noble esfuerzo de D. Alonso de Aguilar para contener la matanza, una sola voz subió hasta las gradas del trono pidiendo justicia en nombre de los míseros neófitos, inmolados más por la codicia y por el odio de sangre que por el fanatismo; la voz de un pobre anciano de setenta años, de estirpe judía y de oficio sastre. [1] y al dirigirse entonces a los Reyes Católicos, estuvo conmovedor y hasta elocuente, porque al fin hablaba en causa propia, y aquellas quejas salían de lo más íntimo de su alma.


           Si quisierdes perdonarme,
       Seguiredes la vía usada;
       E si a pena condenarme,
       ¿Qué muerte podéis vos darme
       Que yo non tenga pasada?
       ............................
           ¡Si vierais el sacomano
       De la villa de Carmona,
       E non, señor, una vara
       Que dijese: «sossegad...!»
       ¡Si Vuestra Alteza mirara,
       El corazón vos manara
       Lágrimas de gran piedad!
       .............................
           ¡E si tal tema e recelo
       Les mostrasen, sin amor,
       Por vengar al rey del cielo!...
       Pero fácenlo con celo
       De roballes el sudor.
           Pues, Rey, do virtud se cata,
       Do las destrezas están,
       Castigat quien los maltrata;
       Que un monteruelo se mata
       Con quien le fiere su can...

En aquella explosión de afectos de piedad, fué más poeta que en todas sus sátiras; y las fibras del alma heroica de la Reina Católica debieron de palpitar compasivas cuando el Ropero le [p. 320] mostraba la llaga abierta del costado de Cristo, pidiendo por sus verdugos perdón al Eterno Padre. Verdad es que el poeta, según su pícara costumbre de gracejar a todo propósito, echa a perder el efecto de tan sentida deprecación, con este rasgo de formidable humorismo que pone al final.


       Pues, Reyna de autoridad,
       Esta muerte sin sosiego
       Cese ya por tu piedad
       Y bondad,
        Hasta allá por Navidad,
       Cuando sabe bien el fuego.
[1]

Notas

[p. 303]. [1] . Lope de Vega, que era muy aficionado a la poesía de los Cancioneros, decía de los agudos epigramas del Ropero, que «tienen tantos donaires y agudezas, que no les hace ventaja Marcial en las suyas». (Introducción a la Justa poética de San Isidro.)

[p. 303]. [2] . Don Pedro J. Pidal, en su introducción al Cancionero de Baena (páginas XXXIII a XXXVIII), y don J. Amador de los Ríos (tomo VI de la Historia de la literatura española, págs. 150 a 160), han tratado extensa y atinadamente de la vida y poesías de Antón de Montoro.

[p. 304]. [1] . Su origen está declarado a cada momento, y sin ambajes, en sus versos, donde no se recata de decir que tenía próximos parientes no bautizados. Por ejemplo, en el donoso diálogo que en el Cancionero de Burlas (página 93) lleva la rúbrica de Obra del Ropero a su caballo porque D. Alonso de Aguilar le mandó trigo para él y cebada para el caballo, y el dicho Ropero suplicóle que se lo mandase dar en trigo todo, dice el caballo quejándose de su amo, y aludiendo a don Alonso de Aguilar:


           Aquel de pobres abrigo *
       De los más lindos que vi, **
       De los moros enemigo,
       Para vos libró buen trigo
       Y cebada para mí.
           Y vos malvado cohén,
       Judío,
zafio, logrero,
       Por tenerme en rehén
       Y que nunca hobiese bien,
       Dixistes que no lo quiero.

Y replica Montoro, disculpándose de la avaricia que su caballo le imputa:


       Que tengo hijos y nietos
       Y padre pobre y muy viejo
       Y madre dona Jamila,
        Y hija moza y hermana
       Que nunca entraron en pila.

Y el diálogo termina con esta desvergüenza que el poeta se dirige a sí mismo por boca de su caballo:


       Agora, señor Antón,
       Yo vos otorgo perdón
        Por honra de la pasión
       De aquel que crucificastes...

* Verso parodiado de las coplas de Jorge Manrique:


       Aquel de buenos abrigo.

** Parodia del segundo verso de la canción de La bella mal maridada.


       De las más lindas que vi.

[p. 306]. [1] De este Comendador hay en el Cancionero de Burlas (87 a 92), unas espantosas coplas contra el Ropero, interesantes porque contienen una pintura muy animada de varios usos y ritos judaicos, y dan de paso algunas noticias de Antón de Montoro:


       Trobad también en guardar
       Sábado con vuestros tíos
       En las fiestas por los ríos.
           Trobad redonda mesilla:
       Trobad olla que no quiebre:
       Trobad nunca con anguilla
       Ni mucho menos con liebre:
       Trobad en ser carnicero
       Como la ley ordenó;
       Trobad en comer carnero
       Degollado cara el dío
       Cual vuestro padre comió.
           Trobad en pláticas buenas
       Por estas tales pasadas,
       En culantro y berengenas
       Y castañas adobadas:
       Trobad en lindo sosiego
       En estos tales guisados,
       En bellotas tras el huego,
       Y también huevos asados,
       Vos y vuestros allegados.
           Trobad en estilos sanos
       La oración de San Manguil;
       Trobad en lavar las manos
       Por pico de aguamanil;
       Trobad no comer tocino

        Pues la ley os lo devieda:
       Trobad dezir sobre el vino
       Vuestra santa Barahá
       Como aquel que la sabrá.
           Trobad en rábanos buenos,
       Porque nadie n'os reproche:
       Trobad papillos rellenos
       En los viernes en la noche:
           Trobad en sangre coger
       De lo que habeys degollado:
       Trobad en nunca comer
       Lo del rabí devedado,
       Sino manjar trasnochado.
       ..............................
           Trobad en ser zahareño,
       En correr con las mozuelas:
       Trobad en comer cenceño
        La fiesta de Cavañuelas: *
             Trobad en ser denodado
       Con los de suerte menor:
       Trobad estar encerrado
       El buen ayuno mayor **
       
Con lágrimas y dolor.
           Trobad en corte de rey,
       En jubones remendar:
       Trobad en ir a meldar,
       Trobad en saber la ley:
       Trobad en alzar las greñas
       Sin ningún medio ni tiento:
       Trobad en dar buenas señas
       Del arca del Testamento
       Y no del advenimiento.
        ..............................
           Vuestro trobar ha de ser
       Ropa larga no hendida:
       Trobad la beca cumplida
       Y capirote traer.
       Trobad señal colorosa...
       ....................................

* De los Tabernáculos.

** El día llamado por los judíos Yom Kipur.

 
       Trobad con calzas abiertas
       Y con botas derribadas,
       Y de flojas, abajadas.
           Vos trobareys con placer
       Veinte cestos de retal:
       Trobad en bien conocer
       Buena aguja y buen dedal.
           Trobad cantar con gritillo,
       Vos sentado en vuestras gradas,
       Y menudillo el puntillo,
       Dando veinte cabezadas
       Al echar de las puntadas.
           Trobad linda faltriquera,
       En ella jubón y broca:
       Trobad en torcer la boca
       Al cortar de la tijera.
       .............................
           Trobá en hacer caperuza
       De seyscientas colores,
       Y vendérsela a pastores.

[p. 309]. [1] . Es decir, a las de la mancebía o casa llana, si no parece demasiado maliciosa la interpretación.

[p. 310]. [1] . Sería, por ventura, aquélla de tan extravagante y sacrílega adulación, que comienza:


       Alta Reina soberana,
       Si fuérades ante vos
       Que la fija de Santa Ana,
       De vos el fijo de Dios
       Rescibiera carne humana?

Muchos trovadores se desataron contra Montoro en esta ocasión. De los castellanos recuerdo a Francisco Vaca. Entre los portugueses fué de los más violentos Álvaro de Brito (Cancionero de Resende, fol. 32), que llama a Montoro hereje, alude de mil maneras a su judaísmo, y pide contra él nada menos que las llamas del Santo Oficio:


       Crerdes pouco en Ihesu Cristo
       Menos en Santa María
       ..............................
       Mas se vos diseréis tal
       Nos rreynos de Portugal,
       Logo foreys, dom rroupeiro,
       C' um baraço d' aseyteyro
       Ho-o fugo de sam Barçal
       ..............................
       Vos na ley soes omen velho,
       Da cabeça ate os pees,
       Muy amyguo de Mousees,
       Et novo no evangelho.
       ..............................
       Sendo doutor na synogua,
       Sabees pouco da ygreja.

[p. 312]. [1] . Pueden añadirse otros nombres. El Comendador Román (Cancionero de Burlas, pág. 101) llama a Antón de Montoro «hombre muy famoso y poeta muy copioso». Álvarez Gato, en las coplas que compuso en defensa del

 mozo de espuelas Mondragón, cuyo valor poético querían rebajar algunos por la humildad de su oficio, invoca el ejemplo del Ropero:

       Aunque pobre de tesoro
       Ténganle por rico mucho.

El mismo Francisco Vaca, que le atacó duramente, y no sin razón, por sus adulatorios versos a la Reina Católica, comparándola con la Santísima Virgen (núm. 127 del Cancionero general), confiesa que era «gentil trovador», «hombre de autoridad», y «prima de los trovadores»; pondera su «discreción y seso», la «dulzura y sabor de sus versos», sin perjuicio de llamarle «traidor», «maldito« y «loco» por su blasfemia.

[p. 313]. [1] .        ¡O tú Reina Ecuba, doquiera que yases,
       Levanta y despierta del sueño inviviente,
       
Alegra y escombra y adorna tus fases,
       Y vuélvete al mundo contenta e plasiente...

[p. 314]. [1] . En un extraño periódico, que con el título de El Trovador y el Bibliotecario, semanario de escritos inéditos, veía la luz pública en 1841, bajo la dirección de don Basilio Sebastián Castellanos de Losada, se imprimieron, aunque a la verdad con muy poca corrección, ésta y otras poesías de Montoro.

[p. 317]. [1] . Del mismo género es el ya citado Diálogo con su caballo, de que puede formarse idea por estos versos:


       Ya sabéis que por mis daños,
       Por mancillada mancilla,
       Recibiendo mil engaños
       Hoy habrá cerca dos años
       Me marcastes en Sevilla:
       Que era de verme deleyte
       Redondo como una bola,
       Como novia con afeyte,
       Que con dos gotas de azeyte
       Me untárades cabo y cola.
           A Córdoba me trujistes
       Do vuestros gatos se atan,
       De hambre me despedistes,
       Como a los clérigos tristes
       Que por justicia los matan.
       ..............................
       De tal guisa me tratastes
       Que en tres días me tornastes
       A los días que nací...

[p. 319]. [1] . De los versos llenos de amargura y cruelmente sarcásticos que en esta ocasión compuso contra su antiguo correligionario Rodrigo de Cota, hablaremos al tratar de este otro poeta neófito.

[p. 320]. [1] . Nunca han sido impresas en colección las poesías de Antón de Montoro, aunque lo merecían más que muchas otras. El códice que contiene mayor número de ellas es el de la Biblioteca de la catedral de Sevilla (vulgarmente llamada Biblioteca Colombina). De él se sacó en el siglo pasado la copia muy incorrecta que se halla en el ms. Dd-61 (folios 123 y siguientes) de la Biblioteca Nacional. De otra copia más exacta que nos ha facilitado el Marqués de Jerez de los Caballeros, nos hemos valido para el presente estudio. Pero aunque el códice de la Colombina sea del siglo XV, o a lo sumo de los primeros años del siguiente, no está exento de errores del copista, y además no contiene todas las poesías de Montoro, faltando en él, entre otras muchas, las notabilísimas que compuso con motivo de la matanza de los conversos. Una edición completa de las obras del Ropero exigiría, por consiguiente, un estudio comparativo de los diversos cancioneros manuscritos, especialmente de dos de la Biblioteca de Palacio y uno de la Nacional de París (586 del catálogo de Morel Fatio), así como también del Cancionero impreso de obras de burlas, y de las diversas ediciones del General.

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